Cómo el existencialismo moldeó y luego desapareció del pensamiento moderno.

En 1938, mientras estaba sentado en un café en el Boulevard Saint-Michel de París, Jean-Paul Sartre experimentó un momento crucial de revelación que daría forma a su pensamiento filosófico. Reflexionando sobre las ideas del filósofo Edmund Husserl, en particular la fenomenología, cómo experimentamos el mundo a través de la conciencia, Sartre tuvo un avance en su comprensión de la existencia y la libertad.

En el centro de esta revelación estaba el concepto de la nada (néant) y su relación con la libertad humana. Sartre se dio cuenta de que la conciencia no es un observador pasivo del mundo, sino una fuerza activa y creativa que proyecta significado sobre una existencia indiferente y sin sentido. En ese momento, comprendió que los seres humanos están “condenados a ser libres”, siempre tomando decisiones, incluso cuando eligen no actuar.

Esta realización se convirtió en el centro de la filosofía existencialista de Sartre, en particular la idea de que la existencia precede a la esencia. Los humanos no nacen con un propósito predeterminado; en cambio, deben crear su propio significado a través de sus acciones y elecciones. La revelación en el café de Sartre cristalizó su creencia en la libertad humana radical, la responsabilidad que la acompaña y la comprensión de que el significado no está inherentemente en el mundo, sino algo que debemos crear activamente.


Una serie de citas clave expresan vívidamente los temas centrales del existencialismo: la libertad, la autenticidad, la búsqueda de significado (o su ausencia) y el desafío de vivir una vida plenamente consciente en un mundo incierto.

La declaración de Sartre de que “El hombre no es otra cosa que lo que hace de sí mismo” encapsula la creencia existencialista en la libertad radical y la ausencia de un propósito predestinado. Esta idea subraya la responsabilidad que cada individuo tiene de dar forma a su propia vida.

La famosa frase de Simone de Beauvoir en El segundo sexo: “No se nace, sino que se llega a ser mujer” critica los roles y las restricciones sociales, ilustrando cómo el existencialismo se cruza con la identidad y el género, enfatizando el proceso de auto-creación más allá de las construcciones sociales.

La afirmación contundente de Albert Camus: “Solo hay un problema filosófico realmente serio y es el suicidio”, en El mito de Sísifo, aborda la cuestión de si vale la pena vivir en medio de su absurdidad, introduciendo el desafío existencial de encontrar significado en un universo indiferente.

La observación de Martin Heidegger: “Todos son el otro y nadie es él mismo” captura la pérdida de autenticidad que ocurre cuando los individuos se conforman a las expectativas sociales en lugar de abrazar su verdadero yo.


La filosofía existencialista se originó en el siglo XIX como respuesta a la modernidad, la industrialización y el declive de creencias religiosas y filosóficas tradicionales. Pensadores como Søren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche lidiaron con la existencia individual, la libertad y la búsqueda de significado en un mundo cada vez más secular.

Kierkegaard introdujo el concepto de un “salto de fe” subjetivo, sugiriendo que los individuos deben crear su propio significado, especialmente en relación con Dios. Él enfatizó la ansiedad y el temor que acompañan a la responsabilidad de las elecciones personales, ideas centrales para el existencialismo.

Aunque no era estrictamente existencialista, Martin Heidegger contribuyó a su desarrollo con el concepto de “ser-hacia-la-muerte” en Ser y Tiempo (1927), destacando la existencia humana como finita y contingente. Su enfoque en la “autenticidad” y en enfrentar el significado de la vida en un mundo sin orden inherente influyó en el pensamiento existencialista sobre la experiencia individual. El desencanto posterior a ambas guerras mundiales alimentó aún más el surgimiento del existencialismo, ya que figuras como Sartre y Albert Camus exploraron cómo los individuos deben crear significado en un mundo carente de propósito predestinado.

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Varias obras de teatro y novelas importantes tanto pre como post Segunda Guerra Mundial se comprometen profundamente con temas existencialistas, explorando cuestiones como la libertad, la absurdidad, la alienación y la búsqueda de significado.

El Proceso de Franz Kafka retrata a un individuo que es arrestado y procesado por una autoridad incomprensible sin nunca saber cuál es su crimen. Este sentimiento de impotencia, alienación y justicia arbitraria refleja preocupaciones existenciales centrales.

La obra absurda de Samuel Beckett Esperando a Godot captura el dilema existencial de esperar significado en un mundo aparentemente carente de sentido.

De manera similar, No Exit de Sartre retrata el infierno como otras personas, ya que los personajes están encerrados juntos, obligados a enfrentar el autoengaño y la inevitabilidad de sus propios juicios.

El Extranjero de Camus presenta a un protagonista cuya perspectiva apasionada, indiferencia hacia las normas sociales y confrontación eventual con la absurdidad de la vida y la muerte hacen eco de las ideas existencialistas de Camus. Su novela La Peste se centra en cómo los habitantes de la ciudad responden a un brote mortal, desde la indiferencia hasta la desafianza, reflejando las luchas existenciales con el sufrimiento, la solidaridad humana y la absurdidad de la existencia.

Estas obras ilustran la confrontación del individuo con la falta de sentido, la carga de la libertad y la búsqueda de autenticidad en un mundo indiferente, al mismo tiempo que retratan personajes que luchan con complejidades morales y psicológicas, convirtiéndolas en expresiones culturales clave de la filosofía existencial.


Las preocupaciones existencialistas influyeron significativamente tanto en la psicología como en la sociología al centrarse en la experiencia individual, la libertad y la creación de significado en la vida humana. En psicología, los temas existenciales son centrales para la psicoterapia existencial, desarrollada por figuras como Viktor Frankl y Rollo May. Su enfoque enfatiza la capacidad de los individuos para enfrentar la ansiedad, el sufrimiento y la falta inherente de sentido en la vida. Destaca cómo las personas construyen significado y toman decisiones frente a dilemas existenciales. Conceptos como la libertad, el aislamiento y la autenticidad siguen siendo clave en la terapia destinada a ayudar a los individuos a hacer frente a la angustia existencial.

La logoterapia de Frankl se basa en la idea existencial de que los humanos son impulsados por la necesidad de encontrar significado, especialmente en el sufrimiento. En lugar de simplemente tratar los síntomas, la psicología existencial alienta a los individuos a enfrentar las realidades de la muerte, la libertad y el aislamiento como un camino hacia vivir de manera más auténtica.

En sociología, las ideas existencialistas han dado forma a las discusiones sobre estructuras sociales, agencia e identidad. El existencialismo llevó a los sociólogos a explorar cómo los individuos navegan por sistemas de poder, clase y cultura mientras luchan por mantener la libertad personal y la autenticidad. El concepto de anomia, un sentido de falta de normas en las sociedades modernas, hace eco de las preocupaciones existenciales sobre la alienación y la pérdida de sentido en un mundo cada vez más racionalizado.

El trabajo de Anthony Giddens sobre la agencia y la estructura se relaciona con las nociones existencialistas de elección individual dentro de sistemas sociales restrictivos, reflejando cómo las teorías sociológicas han incorporado ideas existenciales.

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En última instancia, el enfoque del existencialismo en la libertad, la responsabilidad y la búsqueda de significado ha dado forma a ambas disciplinas, influenciando enfoques terapéuticos en psicología y el análisis de la agencia individual dentro de estructuras sociales en sociología.


El dominio del existencialismo después de la Segunda Guerra Mundial reflejó una crisis más amplia de significado en todo el mundo occidental, impulsada por el desencanto con la guerra y el colapso moral. Sin embargo, su declive posterior refleja un cambio filosófico hacia preocupaciones más pragmáticas y la disminución de la relevancia de la ansiedad metafísica en la sociedad actual impulsada por el consumismo y saturada de medios de comunicación.

El existencialismo se elevó a la prominencia a mediados del siglo XX como respuesta a los horrores de la guerra, ofreciendo un marco que enfatizaba la libertad humana, la responsabilidad y la absurdidad de la existencia. Resonó con un mundo que luchaba con la destrucción y el colapso de valores tradicionales. Sin embargo, a medida que la prosperidad material y los avances tecnológicos se convirtieron en el foco de la vida moderna, el mensaje del existencialismo parecía menos urgente ante la amenaza inmediata de la destrucción.

En segundo lugar, movimientos intelectuales como el posmodernismo comenzaron a eclipsar al existencialismo. El posmodernismo, con su escepticismo sobre las grandes narrativas y su énfasis en la fluidez de la verdad y la identidad, socavó el enfoque del existencialismo en el significado individual y la autenticidad. Mientras que el existencialismo lidiaba con la carga de la libertad y lo absurdo, el posmodernismo cuestionaba si tales conceptos eran incluso coherentes, centrándose en la deconstrucción de la identidad y la cultura.

Además, la atención de la sociedad se desplazó hacia la innovación tecnológica, el consumismo y la globalización, dejando la preocupación del existencialismo por el significado personal y la alienación pareciendo abstracta y desconectada de las preocupaciones materiales de la vida moderna. A medida que la cultura se centraba más en el entretenimiento, la riqueza y la tecnología, la búsqueda individual de significado comenzó a sentirse fuera de lugar en un mundo cada vez más definido por la inmediatez y la gratificación.

La filosofía misma tomó diferentes direcciones. El surgimiento de la filosofía analítica, con su enfoque en la lógica, el lenguaje y la precisión, marginó la naturaleza literaria y metafórica del pensamiento existencialista. El estilo introspectivo y a menudo ambiguo del existencialismo—presente en obras como El ser y la nada de Sartre o El mito de Sísifo de Camus—cedió paso a investigaciones académicas más formales y estrechamente enfocadas. Esta profesionalización de la filosofía redujo la visibilidad y resonancia cultural del existencialismo.

El surgimiento de la cultura terapéutica también jugó un papel en el declive del existencialismo. Los movimientos modernos de autoayuda y enfoques psicológicos ofrecen herramientas prácticas para navegar por las dificultades de la vida, a menudo simplificando las preguntas existencialistas en asuntos de crecimiento personal y bienestar. Mientras que el existencialismo exige la confrontación con la incomodidad y la ambigüedad, la cultura contemporánea tiende a buscar soluciones que mitiguen o eviten estos sentimientos. A medida que la sociedad se centraba más en optimizar la felicidad, la aceptación del sufrimiento y la incertidumbre del existencialismo parecían menos atractivas.

Dicho esto, los temas existencialistas siguen vivos en la literatura, el cine y la psicología, incluso si no se etiquetan explícitamente como existencialistas. Estas obras se centran en la absurdidad de la vida, la búsqueda de significado, la libertad, la alienación y la lucha del individuo por afirmar la agencia en un mundo aparentemente indiferente o caótico.

En resumen, si bien el existencialismo desempeñó un papel crucial en responder a las crisis morales y filosóficas de mediados del siglo XX, su enfoque en el significado individual y las preocupaciones metafísicas se volvieron menos centrales a medida que la sociedad se desplazaba hacia la identidad colectiva, las críticas estructurales y la búsqueda del bienestar material en un mundo cada vez más globalizado y tecnológicamente impulsado.

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Las preocupaciones existenciales siguen resonando en diversos campos hoy en día, desde la psicología hasta la sociología y la política, incluso si la etiqueta existencialista es menos prominente. Temas como la ansiedad, la soledad y el desafío de crear significado en un universo indiferente, centrales para el pensamiento existencialista, siguen siendo parte integral de la vida moderna.

La ansiedad, en particular, es una fuerza dominante, reflejada en el aumento de los problemas de salud mental relacionados con la identidad, la libertad y la elección. Ver la ansiedad como un problema filosófico y existencial, en lugar de solo psicológico, cambia nuestro enfoque de la patología individual a una reflexión más amplia sobre la condición humana.

Para los existencialistas, la ansiedad, o angustia, no es solo angustia personal, sino un aspecto central de la existencia humana. Proviene de nuestra conciencia de la libertad, la responsabilidad y la inevitabilidad de la muerte. Sentimos esta ansiedad porque la vida no ofrece un significado inherente y debemos crear el nuestro. Cada decisión refleja nuestra responsabilidad de dar forma a nuestras vidas, sin ninguna autoridad externa que garantice que estamos tomando las decisiones correctas. Esta conciencia de la libertad y la responsabilidad genera un profundo malestar.

La ansiedad también surge al enfrentarnos a la absurdidad inherente de la vida, la realización de que la vida no tiene un propósito predefinido y que el significado es algo que debemos construir. Esta comprensión nos obliga a reconocer que nuestras ambiciones, creencias y esfuerzos son frágiles y subjetivos. Además, la ansiedad proviene de enfrentar la muerte, como señaló Heidegger, cuando confrontamos la naturaleza finita de nuestra existencia y la nada que nos espera. Esto no es patológico, sino un resultado natural de lidiar con nuestra temporalidad.

Enfoques terapéuticos como la psicoterapia existencial continúan abordando temas de falta de sentido, libertad y ansiedad por la muerte, reflejando el legado de los pensadores existencialistas. En la cultura popular, películas, literatura y arte que exploran la soledad, la ambigüedad moral y la búsqueda de significado muestran cómo estas preocupaciones persisten.

Los problemas contemporáneos, como la ansiedad por la identidad, la presión de la elección y la búsqueda de significado en un mundo fragmentado, están impregnados de temas existencialistas. El aumento del secularismo, el cambio tecnológico y la desconexión social han mantenido relevante la pregunta sobre cómo vivir auténticamente, incluso cuando las nuevas filosofías y teorías sociales ofrecen marcos diferentes. El enfoque del existencialismo en la agencia individual sigue siendo crucial en los debates modernos sobre la autodeterminación, la identidad y el propósito, lo que hace que sus preocupaciones centrales sean tan pertinentes como siempre.


Las respuestas contemporáneas a los problemas existenciales toman nuevas formas. En lugar de involucrarse directamente en debates filosóficos sobre el ser, enfoques modernos a menudo prefieren estrategias prácticas y psicológicas para manejar la incertidumbre y la ansiedad. El surgimiento de la atención plena, los movimientos de autoayuda y las terapias cognitivo-conductuales reflejan un cambio hacia soluciones orientadas a la acción destinadas a mejorar el bienestar en lugar de participar en una investigación abstracta.

Los movimientos sociales centrados en la identidad, la autodeterminación y la libertad continúan reflejando ideas existencialistas de autenticidad y