Los meses y los años pasan sin un nuevo James Bond, sin una indicación clara de cómo se va a reutilizar como propiedad intelectual. En este vacío ha irrumpido una nueva generación de historias de espías en la televisión en streaming: procedimentales de oficina de inteligencia-acción como Black Doves, The Day of the Jackal, Slow Horses e incluso The Agency, protagonizada por Michael Fassbender, rehaciendo el programa francés Le Bureau Des Légendes. Estas son dramas de agentes secretos que nos brindan la violencia y la tecnología, yuxtaponiendo traición e infidelidad de la manera tradicional, pero con un nuevo tipo de atractivo realista cotidiano, y más elaborado acerca de presentarse al trabajo: mucho énfasis en las credenciales de identificación de varios niveles de autorización de seguridad que emiten pitidos en los lectores de tarjetas y se pueden llevar alrededor del cuello en correas.
La comedia de espías de tono apagado y afectado en tono de burla de Steven Soderbergh (el término “caper” no es del todo correcto) está en este nuevo modo, aunque llevándose al borde de la auto-sátira, con algunos refugiados de 007 en el elenco, eficientemente escrita por David Koepp. Es muy parte del modelo de negocio autor de Soderbergh: otra nueva película filmada con energía flexible en digital – Soderbergh es tanto un evangelista del digital como otros lo son del celuloide – cuyo presupuesto es quizás en gran parte ocupado por honorarios para las estrellas cuyo prestigio lleva esto a los cines.
Fassbender y Cate Blanchett interpretan a George y Kathryn, una pareja casada que trabaja junta en el Servicio de Inteligencia Secreto: hay un momento muy de Nuevo Espía cuando George, por razones inescrutables propias, contrabandea su propia tarjeta de identificación en el bolso de su esposa durante el desayuno y luego tiene que llevar una tarjeta temporal en una correa. Además: su jefe general, interpretado por Pierce Brosnan, se molesta al ver a George fuera de la oficina donde está teniendo una reunión importante y con un control remoto, cambia el cristal a un esmerilado opaco. A George se le encarga descubrir quién ha filtrado a los rusos un importante dispositivo de seguridad que es tan anticuado y tipo McGuffin que tiene que ser transportado en el mundo real analógico. Así que él y Kathryn organizan una cena para los sospechosos, a quienes se les suministra de manera encubierta una droga de la verdad en el chana masala que resulta en una extraña avalancha de locura sospechosa de todos: Clarissa (Marisa Abela), Zoe (Naomie Harris), James (Regé-Jean Page) y el desaliñado Freddie (Tom Burke) – este último siendo la figura tradicionalmente terrenal y masculina “de otros rangos” familiar de Roy Bland en Tinker Tailor o incluso Jackson Lamb en Slow Horses, un espectáculo cuya novedad residía en parte en convertir a esta persona en el protagonista. Pero ¿y si Kathryn, a quien George es tan lujuriosamente devoto, es la rata?
Así que la acción de Black Bag avanza con una irónica autoconciencia desde la oficina, hasta las diversas ubicaciones elegantes de la ciudad en las que la gente toma llamadas de vida o muerte en sus móviles, hasta la hermosa casa de George y Kathryn en Londres (¿hay dinero familiar allí?) hasta su pequeño lugar en el campo donde George conduce un Land Rover y va de pesca. Fassbender, a su manera habitual de boca ranurada, pronuncia líneas de diálogo alusivas, indirectas, con un tono de burla, pero a veces no tan burlonas y reveladoras como deberían haber sido. En la medida en que esta exhibición ligeramente absurda se puede tomar en serio, su importancia reside en el amor casado de George y Kathryn. Si puedes creer en eso, o de todos modos encontrarlo un artilugio entretenido, entonces hay entretenimiento en Black Bag, cuyo título es un argot para el lugar donde se guardan los secretos, y donde las personas casadas descubren que la verdad sobre su cónyuge está oculta.
Black Bag se estrena en cines de Australia el 13 de marzo y en cines del Reino Unido y EE. UU. el 14 de marzo