La semana pasada tuve la conmovedora experiencia de asistir a una de las últimas docenas de ceremonias de graduación celebradas en varios campus del masivo sistema de educación superior pública de California este año académico.
La que asistí tuvo lugar en un sitio pintoresco en la Universidad de California, Santa Bárbara, junto al emblemático Lago de UCSB y el resplandeciente Océano Pacífico más allá.
Más de 6,000 estudiantes universitarios recibieron sus títulos de bachillerato durante el fin de semana, lo que requirió que la graduación se llevara a cabo en múltiples ceremonias durante dos días para dar cabida a todos ellos.
La vista de miles de estudiantes caminando —o paseando o saltando— por el escenario ofrecía una representación gráfica de lo que California ha logrado a una escala no vista en ningún otro lugar de Estados Unidos, o tal vez del mundo.
Me conmovió no solo por el gran número, sino también cuando reflexioné que casi todos ellos se habían perdido su graduación de la escuela secundaria debido a la pandemia, y luego tuvieron que comenzar su educación universitaria estudiando de forma remota desde casa. Y este año, hasta unos días antes, incluso la ubicación del evento estuvo en duda en medio de posibles protestas desencadenadas por el conflicto entre Israel y Palestina.
También me conmovió porque mi hija estaba entre los graduados.
Ella fue solo una de los más de 60,000 estudiantes universitarios que recibieron sus títulos de las 10 universidades del sistema de la Universidad de California en las últimas semanas, y los más de 100,000 que recibieron honores similares en las 23 universidades del sistema de la Universidad Estatal de California.
A medida que los graduados pasaban, con nombres que reflejaban un deslumbrante caleidoscopio de diferentes etnias y antecedentes, pensé en el gran esfuerzo que tomó llevar a cada uno de ellos a la línea de meta —esfuerzo por parte de los estudiantes mismos, de sus familias y de las instituciones a las que asistieron.
Confieso que cuando mi hija se inscribió como estudiante de primer año hace cuatro años, me preocupaba la calidad de la educación que recibiría, simplemente por la gran cantidad de estudiantes que la mayoría de los campus de UC y CSU han tenido que aceptar. Tenía las mismas preocupaciones cuando mi hijo se inscribió en UC Irvine unos años antes.
No necesitaba haberme preocupado.
En una cena de celebración unas horas después de su ceremonia de graduación, le pregunté a mi hija cuál fue la peor clase que había tomado —y la mejor. Fácilmente recordó la peor, pero luego, con la misma facilidad, nombró cuatro cursos —psicofarmacología, psicopatología, salud poblacional y la historia de la arquitectura en los Estados Unidos— que dijo eran excelentes. Describió con entusiasmo cada uno de ellos, incluidos los profesores que los impartieron. Fue emocionante ver a una persona joven, y a mi hija no menos, tan emocionada por el aprendizaje y la erudición.
Mi hijo tuvo una experiencia similar en UC Irvine, donde se especializó en ciencia de datos, y luego, parcialmente como resultado de la pandemia, se quedó un año adicional para obtener su maestría en estadística. Ahora tiene un trabajo en Google.
Ambos dicen que recibieron una educación de alta calidad en sus campus. Esto se logró a pesar de los enormes aumentos en la matrícula en las últimas décadas.
UC Santa Bárbara este año, por ejemplo, otorgó aproximadamente un 50% más de títulos de bachillerato que hace dos décadas.
Pude ver fácilmente el impacto que estos aumentos tuvieron en mi hija y sus amigos. Antes de mudarse a un apartamento fuera del campus, ella vivía en un apartamento del campus de tres habitaciones con otros seis estudiantes, con dos estudiantes en cada una de las dos pequeñas habitaciones y tres en la pequeña habitación en la que estaba mi hija. Fue difícil inscribirse en todas las clases que quería tomar.
Pero lo logró, pandemia y todo.
Sin que ellos lo supieran, lo que ella y mi hijo se beneficiaron fueron los frutos del ambicioso Plan Maestro de Educación Superior de California, elaborado en 1960, que tenía como objetivo proporcionar oportunidades de educación postsecundaria a “cualquiera que pudiera beneficiarse”.
En ese momento, solo el 11% de los adultos en edad laboral tenían títulos de licenciatura. Como señalan los investigadores del Instituto de Políticas Públicas de California en un documento recién publicado, para 2021, ese número había aumentado al 37%. El estado ahora ha fijado una meta del 40%, que según los autores, debería ser mucho más alto.
Por lo tanto, es probable que las matrículas aumenten, y obviamente aún hay trabajo por hacer para asegurarse de que todos los estudiantes puedan aprovechar al máximo lo que ofrecen nuestras universidades públicas. Eso incluye asegurarse de que se gradúen no solo en un tiempo razonable, sino que se gradúen en absoluto.
La tasa de graduación general en cuatro años para UC es del 73%, un número respetable, pero California puede hacerlo mejor —especialmente entre los estudiantes de bajos ingresos y aquellos de grupos subrepresentados que se gradúan en números significativamente más bajos. En el sistema de la Universidad Estatal de California, que sirve a una población estudiantil más adulta, muchos de los cuales están trabajando, las tasas de graduación son aún más bajas.
Pero al menos California va por buen camino. En lugar de simplemente crear fábricas de títulos, el estado parece poder ofrecer una experiencia académica de alta calidad a sus estudiantes —una que ellos, y California, se beneficiarán durante muchas décadas.
Louis Freedberg es CEO Interino de EdSource.
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