Otras partes del sistema carcelario de Assad eran menos crueles. Se permitían llamadas telefónicas a casa y las familias podían visitar. Pero Saydnaya era el oscuro y podrido corazón del régimen. El temor de ser enviado allí y asesinado sin que nadie supiera lo que había sucedido era una parte central del sistema de coerción y represión del régimen de Assad. Las autoridades no tenían que decir a las familias quiénes habían sido encarcelados allí. Permitirles temer lo peor era otra forma de aplicar presión. El régimen mantenía su bota en la garganta de los sirios debido al poder, alcance y ferocidad de sus numerosas y superpuestas agencias de inteligencia, y debido al uso rutinario de la tortura y la ejecución. Estuve en otras prisiones infames en los días posteriores a su liberación, incluyendo Abu Salim, la tristemente célebre cárcel del ex líder libio el coronel Gadafi en Trípoli y Pul-e-Charki fuera de Kabul en Afganistán. Ninguna era tan sucia y pestilente como Saydnaya. En sus celdas abarrotadas, los hombres tenían que orinar en bolsas de plástico ya que su acceso a los baños era limitado. Cuando las cerraduras fueron abiertas a la fuerza, dejaron atrás sus harapos sucios y retazos de mantas que eran todo lo que tenían para cubrirse mientras dormían en el suelo. La tortura y la ejecución ya han sido documentadas en Saydnaya. En los meses venideros, es seguro que más información sobre los horrores perpetrados dentro de sus paredes emergerá de antiguos presos. En los pasillos de Saydnaya se puede ver lo difícil que será reparar el país que Assad destrozó para intentar salvar su régimen. Ahora que la prisión ha sido abierta, al igual que el país, se ha convertido en un microcosmos de todos los desafíos que Siria enfrenta desde que el régimen de Assad se desmoronó y fue barrido.